El binomio formado por el poder y los medios de comunicación ha sido una constante. William Randolph Hearst, uno de los empresarios más poderosos y controvertidos de la primera mitad del siglo XX y fundador de un conglomerado de periódicos, revistas y emisoras de radio, dio el salto a la política valiéndose de sus instrumentos mediáticos. Creador de la prensa amarilla, escandalosa, exagerada, sensacionalista, su carrera profesional estuvo salpicada de controversias y de acusaciones partidistas.
Rupert Murdoch, el magnate de la comunicación dueño de cadenas de televisión, empresas cinematográficas y periódicos, ha estado también en el centro de la polémica, acusado de prácticas ilegales (el escándalo de las escuchas telefónicas) o cercanas al monopolio, y de usar su amplio imperio mediático para balancear a la opinión pública hacia sus posiciones políticas.
Otros empresarios de medios de comunicación, como Silvio Berlusconi, conocen muy bien la relación entre información y poder. Tener la atención de muchos concentrada en un mensaje o en un medio ha ayudado a la consolidación de ciertas historias o tendencias y a convertirlas en verdades.
Sin embargo, en plena era del conocimiento, la información adquiere una dimensión más extensa. La sociedad digital es global e interactiva. Por eso la información que procede de los usuarios tiene un valor enorme y puede ser utilizada para crear correlaciones y extraer conclusiones.
Los datos, la nueva fuente de poder
Lo que hacemos, lo que nos gusta, a qué le prestamos atención, a qué reaccionamos o respondemos, quién o qué nos genera afecto o rechazo, qué compramos y cuándo lo hacemos, cuánto nos gastamos, a quién seguimos, con quién interactuamos… Esos datos son el oro de los buscadores de oportunidades para influir, crear tendencias y moldear opiniones y preferencias, llevando a la opinión pública, en muchos casos, hacia una determinada orientación y perspectiva de la realidad.
El análisis de la información es la clave para comprender las predisposiciones, examinar los patrones de comportamiento y tomar el pulso a la sociedad. La operación de compra de Twitter atestigua y demuestra el creciente interés por parte de las empresas en entrar a participar de la conversación social como agentes de poder y decisión.
Una empresa es, ante todo, una unidad de decisión que se dirige a la consecución de unos objetivos económicos, por lo que no hay puntadas sin hilo en el panorama empresarial. Los datos son un nuevo y valioso recurso estratégico que estructurados, procesados y analizados pasan a ser un activo clave para la toma de decisiones.
Pagar por lo que vale
Los 44 000 millones de dólares pagados para la adquisición de Twitter ofrecen una idea del alcance que supone entrar en la primera fila de la comunicación a través de las redes sociales. La tecnología, el volumen de datos y las posibilidades que estos datos ofrecen son las tres partidas de valor de esta transacción tan llamativa.
Las características de Twitter (que ofrece mensajes cortos, concisos e inmediatos) y su poder de convencimiento, la convirtieron, desde sus orígenes, en la red social más usada por periodistas y políticos para mandar sus mensajes, crear corrientes de opinión e influir en las personas.
Twitter es un lugar público para el volcado de opinión y la detección de partidarios y reaccionarios a causas sociales, movimientos políticos o corrientes culturales. En esta plataforma se pueden testar nuevas ideas, abrir canales de comunicación directa con votantes o clientes y retransmitir eventos de todo tipo, entre muchas otras posibilidades.
Esta red social concentra las miradas de los políticos, los medios de comunicación y las entidades que buscan conocer al instante las corrientes de opinión. Ninguna otra red social ha sido capaz de generar tantas opiniones en tan poco tiempo. Las claves de la comunicación del siglo XXI son la simplicidad, la síntesis, la velocidad y la interacción, elementos que reúne Twitter.
Elon Musk, un empresario disruptivo
La actividad económica, la política y la social toman forma en las redes sociales. De ahí que las personas que quieren ser influyentes sepan que, para llegar a su público y adquirir notoriedad, necesitan tener una presencia destacada en las redes.
Elon Musk es un hombre de tecnología y de empresa, por lo que se espera que sea capaz de aunar influencia con rentabilidad. Los datos son el patrón oro de las empresas del siglo XXI y la capacidad para influir se ha trasladado de los tabloides a la superpotencia de la red. Desde su perfil de Twitter, el propio Musk ha sido capaz de aupar (por error) las acciones de empresas desconocidas o de hacer caer el precio de los bitcóines.
Las empresas son unidades de decisión que operan alrededor de tres variables: rentabilidad, innovación y posicionamiento. La adquisición de una red social por parte de un empresario supone mucho más que aumentar su presencia en la órbita digital. Esta compra es una operación empresarial de gran calado, riesgo e incertidumbre, que obedece al pensamiento emprendedor, arriesgado y disruptivo de un personaje acostumbrado a romper moldes y con una personalidad tildada de excéntrica, libre y fuera de los cánones de la lógica.
El hiperactivo perfil creativo de Musk hace que aventurar lo que pasará con Twitter tras su compra sea una labor complicada. Lo que sí parece cierto es que sus primeros pasos se encaminan a lavar la red de perfiles falsos y cuentas automáticas que contaminan y crean confusión. También ha anunciado que abrirá las puertas de Twitter a la libertad de expresión. Muchas de las acciones de Musk obedecen al mecanismo de la motivación intrínseca y se hallan bajo el influjo de una particular y original forma de concebir el mundo.
Quizá esta compra sea una operación cuya rentabilidad venga por cauces indirectos, o quizá estemos ante un desafío personal de alguien que apuesta fuerte y percibe oportunidades donde nadie más las advierte. Sea como sea, la controversia y la crítica, la admiración y la fascinación forman parte de este nuevo capítulo del universo Musk.
Helena López-Casares Pertusa, Profesora de innovación, emprendimiento y desarrollo empresarial, Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Tu opinión enriquece este artículo: