Laporta y Florentino Pérez fueron alumnos aventajados de Peter Kenyon y la revolución en la gestión deportiva que impulsó dirigiendo el Manchester United. Laporta ha sido el escogido por parte de los socios para devolver al Barcelona a la cima del fútbol continental.
Laporta, que ha planteado una campaña inteligente, nostálgica y con un fuerte componente sentimental, seguramente empezó a ganar las elecciones en el momento que el Barça caía en Lisboa delante del Bayern de Munich (8-2) y Leo Messi anunciaba que quería marcharse. Laporta fue el presidente que devolvió la sonrisa al barcelonismo con la final de París de 2006, con Ronaldinho y, sobre todo, confiando en Pep Guardiola. Lo decía su jefe de campaña, Lluís Carrasco, durante la noche electoral: “La gente ha votado el recuerdo, el triunfo, no solo el nombre del personaje”.
Este abogado y expolítico barcelonés supo jugar sus cartas. La pancarta desplegada en el Paseo de la Castellana de Madrid para inaugurar su campaña electoral fue un éxito sin paliativos. Independientemente de lo que costó, el redito electoral que ha dado es incontable.
Se ha impuesto el carisma de Laporta
Laporta supo marcar el tempo de la campaña, el tempo del partido, y a partir de ahí Víctor Font y Toni Freixa –los otros dos candidatos– siempre fueron a remolque. Por mucho que Víctor Font fuera el candidato que, de largo, había preparado con más tiempo su asalto al palco presidencial, y que su modelo de gestión está totalmente adaptado a las necesidades de la industria del deporte, no ha sabido comunicar ni empatizar con los socios.
Igual que Laporta, Font contaba con buenos periodistas en su entorno, pero no ha podido competir con el carisma y los recuerdos asociados al primero, que incluso actuó afónico en el debate final en TV3. Font estructuró un buen proyecto, Freixa intentó controlar sin éxito a los sectores más nostálgicos del nuñismo sociológico pero Laporta controló la comunicación de inicio a fin. “El medio es el mensaje”, diría McLuhan, o revisen la brillante obra de Toni Aira La política de las emociones (2020).
Unas elecciones para un club singular
Las elecciones a la presidencia del FC Barcelona también son un ejemplo de la singularidad del club. El Barça es un club propiedad de los socios, y a la hora de escoger el máximo mandatario de la entidad para los próximos seis años, el voto de Leo Messi vale igual que el de un ciudadano de la Cataluña interior –pongamos, por ejemplo, un albañil o un pequeño empresario– o un joven expatriado.
No hay tantos clubes en Europa que hayan podido mantener el modelo asociativo: en España, después de la creación de la Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) durante los años noventa, solo cuatro, y cada uno con sus casuísticas particulares (Athletic Club, Osasuna, Barcelona y Real Madrid).
El presidencialismo de Florentino Pérez poco tiene que ver con el dinamismo social que ha mostrado el FC Barcelona en estas últimas elecciones, a pesar de la pandemia y los confinamientos comarcales en Cataluña. En total, votaron 55.611 socios (el 50,42% del censo) y de estos, el 54,28% eligió a Laporta.
El voto de Messi
En un momento en que el fútbol de élite es una gran industria, incluso puede parecer raro que la máxima estrella del panorama mundial, Lionel Messi, vaya a votar acompañado de su hijo. Pero lo ha hecho por primera vez desde que es socio. Su voto vale su peso en oro, teniendo en cuenta que una de las principales preocupaciones del nuevo presidente será convencer al delantero argentino de que se quede en la entidad.
¿Qué nombre había en el sobre que Messi depositó en la urna? Si se hubiera pronunciado, la incógnita de quién sería el nuevo presidente se hubiera desvelado antes de acabar el día. Visto esto, un veterano del periodismo, Josep Capdevila, se pronunciaba en Twitter: “Hoy Messi no solo ha votado. También le ha mandado un mensaje al nuevo presidente. ‘Hablemos, dame un proyecto ganador y me quedo’”.
Pero la singularidad del club no solo se resume en el hecho de que Messi haya votado, igual que la mayoría de los socios que lo encumbran cada fin de semana; también lo han hecho muchos otros deportistas profesionales vinculados al club, así como destacados miembros de la sociedad civil, como el seleccionador español de fútbol, Luís Enrique, y de la política catalana.
Y no es un tema menor, porque el Barça, como principal institución deportiva catalana, y culturalmente una de las más importantes, es una organización que no vive al margen de las dinámicas políticas de Cataluña. ¿En qué otro país expertos políticos de los principales partidos, expresidentes de la Generalitat de Catalunya, miembros del Gobierno autonómico o líderes destacadas del Parlamento se significarían públicamente por el futuro de una entidad deportiva, o de uno de sus candidatos, durante la campaña o la jornada electoral?
Todos representan la línea de continuidad de una institución que echa raíces en el mismo momento de construcción de la identidad política del Principado a inicios del siglo XX. Por este motivo la conversión del FC Barcelona en sociedad anónima, como seguramente le obligarían las dinámicas del mercado para poder competir contra clubes-estado u otras multinacionales del entretenimiento, no ha estado encima de la mesa de ningún candidato. Ni se la espera. Un libro es ilustrativo para poder entender toda esta singularidad: La función política del Barça (2013), del periodista Ramon Miravitllas.
Una triple crisis: económica, deportiva y de valores
El nuevo presidente tiene grandes retos por delante. Pocos días antes de la jornada electoral, el periodista Marcos López señalaba que el club vive una triple crisis: “Económica, deportiva y de valores”.
Ciertamente, el margen de maniobra del nuevo presidente es pequeño: tendrá que convencer a Messi con un proyecto ganador y recuperar la ilusión de los socios; de ganar títulos también dependerá la supervivencia económica de una entidad extremadamente endeudada, el círculo vicioso se ha transformar nuevamente en un “círculo virtuoso”. Y hará falta explorar nuevas fuentes de ingresos que van desde la manera en que se buscan socios estratégicos para el 49% de la sociedad Barça Corporate hasta cómo se planifica la explotación del Espai Barça y, dentro de este, el nuevo estadio.
La crisis de valores no solo arrancó el día en que el club se asoció con Qatar –país del cual The Guardian ya ha publicado que a causa de las obras vinculadas al Mundial 2022 han muerto 6.500 trabajadores–, sino que el Barçagate descubrió praxis nefastas en lo referido a la gestión de la reputación digital de la marca y la personalidad digital de sus máximos dirigentes.
El análisis del sumario del Barçagate, que está abierto, es una bomba en la línea de flotación de la credibilidad y la ética de los miembros de la anterior directiva, empezando por el presidente Josep Maria Bartomeu.
Un año después de que el Barça jugara su último partido con público en el Camp Nou, el socio ha vuelto a pisar el estadio para votar. También por primera vez el voto ha sido descentralizado en otras sedes territoriales a causa de la pandemia. Pero la vitalidad de la institución queda fuera de toda duda, al igual que las ganas de los socios de avanzar hacia un cambio radical en relación con lo que significan Bartomeu y su junta directiva.
Llegó el cambio y hubo fair play entre los candidatos. Ahora solo falta que el nuevo presidente sea suficientemente racional y visionario para mantener la singularidad de la institución mientras se consolida un modelo de gestión que no puede ser otro que el de una multinacional del entretenimiento. El Barça vive de su historia y afronta un futuro donde solo valdrá una cosa: vender una emoción canalizada a través de múltiples formatos y soportes.
Xavier Ginesta, Associate professor, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Tu opinión enriquece este artículo: