¿Hay vida más allá de WhatsApp?

(Por Iago Ramos, Universidad de SalamancaEl smartphone es una tecnología transparente. La fascinación que nos genera su pantalla define nuestro presente porque hemos descargado una parte de nuestra vida en él. Pero, si no queremos que se convierta en una herramienta de control, tenemos que ir más allá del cristal. Entender que nos conecta con personas reales, y reflexionar sobre la política del ciberespacio.

El teléfono inteligente es una herramienta con la que interactuamos con el mundo. Los iconos que ocupan su pantalla no son juguetes, es una interfaz que nos permite hacer cosas. WhatsApp, por ejemplo, es una piedra angular de nuestra sociedad. En sus chats hacemos de todo, desde componer canciones hasta cerrar tratos; desde conservar recuerdos hasta enamorarnos. Cada vez que pulsamos el icono verde, entramos en un mundo de posibilidades reales, porque compartimos conversaciones con personas reales.

Falta de entendimiento y desinformación

Es cierto que nuestra relación con WhatsApp ha empeorado. Hay chats en los que evitamos entrar, y grupos en los que nunca respondemos. Pero las funciones básicas de la app no han cambiado, sigue siendo un espacio de diálogo entre personas. Solo que ahora lo enturbiamos al reenviar memes sin criterio, compartir enlaces a artículos de prensa que no hemos leído o interrumpir con ideas de otras personas para no escuchar. Y al igual que en otros espacios, cuando el diálogo se rompe, las conversaciones se pierden.

WhatsApp puede limitar la función de reenvío para que reflexionemos antes de actuar: ¿a quién le puede interesar ese mensaje? ¿qué es lo que dice? Eso limita el bombardeo constante que colapsa nuestra atención.

No obstante, la responsabilidad sigue siendo individual. Salvar nuestros chats y grupos, evitar que la desinformación y la crispación colonicen nuestras conversaciones está en nuestras manos. Solo tenemos que actuar responsablemente, de manera civilizada.

WhatsApp, ¿una necesidad?

La otra opción es que WhatsApp se rompa, y con él, una parte de nuestro día a día. ¿Qué haríamos? ¿Cómo rehacer nuestra vida sin esta aplicación, sin las personas con las que conectamos? Hay gente que solo nos responde a los wasaps, ¿la perderíamos?

No es algo impensable. Yo, el 15 de mayo me quedo sin WhatsApp. No he hecho nada malo. Me echan de WhatsApp porque soy un privilegiado. Tengo la suerte de que los chats esenciales para mi vida están en Signal. No necesito entrar en WhatsApp todos los días. Tengo alternativa, y puedo valorar tranquilamente si quiero aceptar los nuevos cambios en las condiciones de servicio que plantea Facebook.

La mayoría de mis contactos habrán dado a “Aceptar” sin leer, con las prisas de ver un mensaje. Otros sí lo habrán leído y, aunque no les agrade, tienen que aceptar la coacción de Facebook a regañadientes. Su única alternativa es que toda su agenda se pase de golpe a otra herramienta de mensajería. Esto incluye jefes, contactos de trabajo, y personas que no saben instalar aplicaciones. Necesitan seguir en WhatsApp y tienen que aceptar lo que impone Facebook. Están atrapados, son rehenes, y no tienen escapatoria.

Signal, aplicación de mensajería alternativa a WhatsApp y Telegram. Shutterstock / rafapress

Las leyes europeas, un escudo de privacidad

Sin embargo, no están desamparados. La ley está de nuestra parte. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) europeo choca con las nuevas condiciones de servicio de WhatsApp. Al parecer, la ciudadanía europea nos garantiza un trato especial y no afectarán a cómo van a tratar nuestros datos.

Pero leyendo la política de privacidad, no queda del todo claro. Hay reductos para que puedan utilizarlos y quedan cabos sueltos. Johannes Caspar, director de la Agencia de Protección de Datos y Libertad de Información de Hamburgo también nos alerta sobre la opacidad con la que actúa Facebook.

Para Facebook, el RGPD europeo es un problema. Incluso ha intentado presionar a las instituciones insinuando que dejarían de operar en la UE si no solucionaban los problemas que suponía para su negocio no poder llevar nuestros datos fuera de Europa. Atención, “su negocio” no es operar una red social, sino convertir Facebook Ads en la mejor plataforma posible para segmentar el mercado. Su negocio requiere recopilar todo tipo de datos y metadatos.

La responsabilidad individual

Tranquiliza saber que Facebook no es capaz de procesar nuestros datos en Europa de manera satisfactoria. Significa que todavía hay sitio para que la política también pueda “limitar los reenvíos” de los gigantes tecnológicos (las Big Tech). Por eso el RGPD está inspirando cambios a nivel global.

En esta línea, el Comité Jurídico Interamericano, órgano consultivo de la Organización de Estados Americanos, acaba de aprobar unos Principios Actualizados sobre Privacidad y Protección de Datos Personales que ofrecen mayor seguridad a los usuarios. Revisado por la Red Iberoamericana de Protección de Datos, el documento constituye una base legislativa de protección de datos para los países del continente americano, en especial para aquellos que aún no poseen legislación en este tema.

La posición privilegiada de quienes tenemos la ciudadanía europea, no puede ser un motivo para consentir una imposición injusta. No podemos refugiarnos tras una ciudadanía digital en las fronteras inexistentes del ciberespacio. La solución no es inventar pasaportes digitales. Tenemos que asumir una responsabilidad conjunta, y la solución más sencilla es aplicar la visión de futuro que Mark Zuckerberg presentó para Facebook en 2019.

A través de una nota de prensa, Zuckerberg proclamaba que es necesario respetar la privacidad del usuario y apunta medidas como recopilar “menos información personal”, y recordar que “la mejor manera de proteger la información más delicada es no almacenarla”. Aplicando estas ideas, Facebook no tendría problemas con la RGPD, y WhatsApp no tendría que cambiar su política de privacidad.

Necesitamos afrontar la realidad del ciberespacio. Aceptar que es una parte de nuestra vida y asumir una responsabilidad ciudadana. Debemos cuidar nuestras conversaciones en chats, y tomar decisiones conscientes sobre la tecnología que las hace posibles.

Dejar que Facebook me eche de WhatsApp es una manera invitar a quienes más me importan a dialogar sobre esto, aunque tendrá que ser en Signal.

Iago Ramos, Profesor Ayudante Doctor. Filosofía de la Cultura y Educación para la Ciudadanía, Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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