La razón es evidente: millones de personas siguen quedando fuera del ecosistema digital por barreras que no deberían existir. “La experiencia de usuario manda. Si el diseño no parte de ahí, no es posible aportar valor, ni evolucionar el producto”, afirma Gerard Pinar, COO de Bleta, compañía especializada en tecnología inclusiva.
Usabilidad como principio, no como opción
El cambio de enfoque afecta a todos los niveles: navegación, estructura, contenido, estética y carga cognitiva. “Cada elemento debe tener una función definida y estar alineado con las habilidades digitales del usuario al que va dirigido”, señala Pinar.
Diseñar bien no es solo cuestión de apariencia. “Diseñar bien es hacerlo útil, comprensible y cercano”, explica Isabel García, CEO de Bleta. En su visión, el diseño debe ser capaz de reducir la frustración, simplificar los procesos y generar una sensación de control por parte del usuario.
Más allá del cumplimiento normativo
Según el Informe Sociedad Digital en España 2023 de Fundación Telefónica, solo el 43% de los mayores de 65 años usan aplicaciones móviles de forma autónoma, y un 42% declara que los servicios digitales les provocan estrés o inseguridad. La brecha también afecta a otros colectivos con baja exposición tecnológica o diversidad funcional.
Mientras la Comisión Europea ha situado la accesibilidad digital como eje de su Estrategia Digital 2030, algunas empresas ya han dado un paso más. “El diseño accesible no debería depender de una directiva. Es una cuestión de responsabilidad profesional y social”, sostiene García.
Estética y funcionalidad: aliados naturales
La estética, lejos de estar reñida con la usabilidad, puede ser una herramienta clave para mejorarla. “Sería un error pensar que son cualidades opuestas. La estética debe estar al servicio de la funcionalidad”, defiende Pinar. Para lograrlo, la creatividad debe estar enfocada a resolver problemas y no a complicar la experiencia.
“Menos es más. Hay que priorizar, jerarquizar y centrar cada pantalla en su objetivo principal”, añade. Esta filosofía permite que el diseño no solo sea visualmente coherente, sino que contribuya activamente a guiar al usuario.
Un cambio de mentalidad pendiente
Uno de los factores determinantes para la pérdida de usuarios no es solo una interfaz confusa o poco atractiva, sino la sensación de que la herramienta no resuelve ninguna necesidad real. “La aplicación debe ser funcional y servicial. Si el diseño no responde visualmente a las necesidades del usuario, generará rechazo”, explica García.
En este sentido, la industria tecnológica se enfrenta a un reto pendiente: incorporar de forma estructural la inclusión como criterio de calidad. “El diseño inclusivo no es una especialidad. Es una forma de entender el producto desde el inicio”, resume Pinar.
El diseño del futuro
El diseño digital está atravesando una transformación profunda: ya no se trata de impresionar con lo último, sino de crear herramientas accesibles, claras y sin fricciones. En palabras de Isabel García: “El buen diseño no solo se ve. Se siente. Y cuando está bien hecho, hace que las personas también se sientan bien”.
En este nuevo escenario, se impone una idea clave: la simplicidad es una decisión estratégica, no una renuncia estética. Y en ese camino, diseñar bien no es solo diseñar bonito: es diseñar para todos.
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