Cada crisis conlleva aprendizajes particulares y presenta matices propios de su tiempo y contexto. Se han sucedido a lo largo de la historia, produciendo fiebres especulativas y burbujas de la más variada tipología.
La crisis de 1929, la Gran Depresión, tuvo un amplio alcance internacional y sus secuelas se prolongaron en el tiempo, trastocando un entorno que había conseguido recuperar los niveles de producción previos a la Primera Guerra Mundial. El desplome bursátil ocurrido en la Bolsa de Nueva York hundió la confianza de los empresarios y de los consumidores, en un mundo endeudado tras la primera gran guerra mundial del siglo XX.
La crisis de 2008, la Gran Recesión, puso en entredicho un sistema basado en la especulación y en el valor ficticio de unos mercados que parecían consolidados. Esta crisis fue un evento global que marcó un punto de inflexión en nuestra economía, dejando un rastro que ha marcado el camino reciente.
La crisis provocada por la pandemia de la covid-19 es la primera crisis compleja del mundo interconectado. Esta crisis está formada e influida por variables diversas relacionadas con la salud, la economía, la política, las propias del ámbito emocional o psicológico tanto personal como colectivo, así como las de la vertiente empresarial y todos sus componentes. Esta interconexión hace de esta crisis un evento nuevo, sin referentes conocidos.
Tiempo de recuperación
Las tres crisis mencionadas han sido eventos de amplio alcance y repercusión sistémica. La de 1929 dejó millones de parados, una economía contraída y tanta precariedad que casi acaba con el sistema industrial. Tras una serie de duras medidas y la intervención de los gobiernos, los niveles económicos solo comenzaron a recuperarse tras la Segunda Guerra Mundial.
La Gran Recesión de 2008 fue una crisis financiera global, provocada por el colapso de la burbuja inmobiliaria, cuyas consecuencias dejaron al sistema económico al límite. La caída de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos, desató el miedo al hundimiento del sistema financiero y las bolsas no tardaron en reflejar ese pánico. Esta crisis provocó altos niveles de paro, la caída de los salarios medios, el cierre de negocios y un estancamiento de los préstamos, todos factores sin los cuales la economía no funciona.
El rescate financiero de los bancos o la compra de deuda pública para inyectar liquidez fueron algunas de las medidas tomadas para intentar recuperar el bien más preciado de la economía: la confianza.
La Gran Recesión golpeó con fuerza los mercados y las finanzas, y sacó a la luz las malas prácticas financieras e importantes carencias de tipo económico-estructural. Esta crisis ha permanecido entre nosotros de forma fehaciente diez años y algunas de sus secuelas han enganchado con la crisis de la covid-19.
Integrados e interdependientes
Con los mercados integrados, las consecuencias de las crisis trascienden del ámbito en el que se generan. No en vano, la economía es una concatenación de eslabones entrelazados y de consecuencias en espiral, por lo que en la actualidad cuesta más poner fecha de cierre a una crisis.
La economía moderna no tiene un escudo anticrisis ni un tratamiento para derrotar a las crisis de forma rápida. En una situación de alta complejidad distintas variables se afectan entre sí aunque aparentemente no exista una causa-efecto directa, ni una proximidad evidente entre variables. En esos casos, hay que ver la foto en grande para poder detectar los pequeños detalles.
Las crisis complejas siguen una secuencia de pasos que perturban el equilibrio:
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Surge la sensación de inestabilidad, debido a movimientos que no pueden analizarse según los métodos lógicos de la causa y el efecto.
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A ese estado de desequilibrio le sigue la emoción del miedo, propia de una amenaza nueva para la que no se tienen respuestas.
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El miedo genera una pérdida de confianza que se contagia velozmente, con la consiguiente sensación de incertidumbre.
Por tanto, en 2020, la inestabilidad, el miedo, la pérdida de confianza y la incertidumbre conformaron la cadena de la parálisis del dinamismo económico a causa de la covid-19.
Los aprendizajes de las crisis
Toda crisis adquiere su sentido cuando de ella resulta un aprendizaje que permite evaluar los impactos, valorar los aciertos, aprender de los errores y mejorar las estrategias a seguir de cara al futuro.
Del análisis de una crisis como la de la covid-19 se desprenden una serie de reflexiones y enseñanzas de aplicación práctica y alcance global:
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Las crisis son impredecibles y se expanden velozmente.
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Debemos acostumbrarnos a lo inesperado y estar abiertos al cambio.
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La iniciativa empresarial e institucional son claves en la adaptación a los nuevos entornos.
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La innovación y el conocimiento tienen una gran relevancia para el avance y el funcionamiento de la economía.
Estos puntos se traducen en formatos organizativos nuevos, que se adaptan a una economía dinámica y fluctuante de marcado acento global. Estos cambios están relacionados con:
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Dotar a las empresas de más flexibilidad, aligerando sus modelos de negocio y estructuras.
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Promocionar la innovación dentro de las empresas (intraemprendimiento), como fuente de riqueza, innovación y evolución.
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Desarrollar el talento y fomentar el conocimiento como capital esencial para el movimiento de la economía.
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Introducir programas de transformación digital e invertir en tecnología.
Los aceleradores de la recuperación
Estas son algunas de las medidas necesarias para que la recuperación económica sea rápida y efectiva:
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Las administraciones deben brindar incentivos y ayudas que agilicen la contratación.
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Dar acceso rápido a una financiación fácil, que no acarree trámites burocráticos complicados.
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Establecer redes de colaboración real entre los representantes de las fuerzas empresariales e institucionales, con el únido objetivo de activar la economía, adaptándola al nuevo marco.
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Identificar los aceleradores de recuperación y detección de la fuerza de cada territorio o país, para invertir en ellos como palancas de cambio y avance.
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Diseñar programas de formación práctica y de excelencia académica desde los primeros años de escolarización.
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Impulsar la transferencia tecnológica y la competitividad sectorial y empresarial.
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Aumentar la flexibilidad en la cadena de valor productiva.
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Fomentar una cultura innovadora, en la que las buenas prácticas empresariales y sectoriales estén al alcance de todos.
En ese último apartado, se enmarca la creación de congresos, foros y seminarios en los que se promueva el valor de la innovación. Los logros y aplicaciones prácticas en empresas y negocios pueden servir de modelo para otros.
Recuperar la confianza y vencer la incertidumbre
En definitiva, las decisiones que se tomen deben ir encaminadas a generar acciones visibles que generen confianza y aumenten la credibilidad. La velocidad a la que se recupera la confianza es directamente proporcional al calado de las medidas y al alcance de las acciones.
En una crisis de la profundidad de la actual las primeras actuaciones suelen estar destinadas a inyectar liquidez a los mercados para recobrar el rodaje. Sin embargo, hay que ver más allá para atisbar el mensaje que deja la crisis, y que está centrado en la necesidad de organizarnos siguiendo otras fórmulas más sostenibles y flexibles.
Las líneas de actuación en un mercado global y complejo han de ser firmes y mantener un hilo conductor congruente. De lo contrario se corre el riesgo de que la crisis se enquiste y solo ofrezca repuntes ilusorios de falsas recuperaciones. Es tiempo de repensar el mundo.
Helena López-Casares Pertusa, profesora de innovación, emprendimiento y desarrollo empresarial, Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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