Esta estabilidad está ligada en gran medida a la reputación de los principales candidatos, que ya estaban presentes hace cinco años. Estos candidatos han podido conservar una base electoral fiel a la que se han sumado, en las últimas semanas, votantes que han priorizado el voto útil en lugar del voto de adhesión.
Votos útiles
Emmanuel Macron sube más de cuatro puntos en comparación con 2017, a pesar de que, durante su quinquenio y luego durante su campaña presidencial, ha abandonado la posición de equilibrio entre la derecha y la izquierda que le había asegurado el éxito inicial y ha adoptado un discurso que lo sitúa claramente en el centro-derecha.
Esta evolución alejó a una parte de sus votantes de la izquierda, pero atrajo a una parte importante de los votantes del centro y de la derecha (la puntuación muy baja de la candidata de Los Republicanos, Valérie Pécresse (5 %) lo atestigua).
Marine Le Pen ha registrado una progresión casi comparable y ha obtenido un resultado nunca alcanzado por el Frente Nacional y luego por Agrupación Nacional en una elección presidencial.
Le Pen también se ha beneficiado del voto útil, con el que ha podido superar ampliamente la candidatura de Eric Zemmour que, tras poner en riesgo su liderazgo en la extrema derecha, completó finalmente su estrategia de desdemonización iniciada hace diez años: al ocupar el nicho de la derecha identitaria, el candidato de Reconquista permitió a Marine Le Pen dedicarse más a los temas sociales, lo que ha favorecido su progresión dentro del electorado popular. Al igual que Marine Le Pen, Jean-Luc Mélenchon obtuvo, en su tercer intento desde 2012, su mejor resultado en unas elecciones presidenciales, beneficiándose también del apoyo in extremis de un electorado de la izquierda moderada preocupado sobre todo por evitar una segunda vuelta que enfrente a Emmanuel Macron con Marine Le Pen.
Una tripolarización del campo político francés
Esta dinámica de voto útil, que se puso en marcha apenas un mes antes de las elecciones, parece amplificar la reestructuración del campo político francés en torno a tres grandes polos, que emergieron brutalmente durante las elecciones de 2017.
Un polo liberal, centrista y europeo que reúne, en cada elección nacional, a poco más de un cuarto de los votantes pero que, gracias a la mecánica del voto mayoritario, consigue dominar la vida política hasta ahora.
Un polo populista e identitario, hoy dominado por Marine Le Pen y representado por dos candidatos cuyo apoyo acumulado (más del 30 %) constituye un récord histórico para la extrema derecha y la identidad populista en unas elecciones nacionales en Francia: es por tanto este polo el que ha registrado la mayor progresión en los últimos cinco años.
Por último, hay un polo de izquierda radical, dominado por Francia Insumisa, que, si incluimos los resultados de los candidatos comunistas y trotskistas, tiene algo menos del 25 % de los votos.
Esta tripolarización conduce a la marginación de las dos fuerzas políticas que, desde los años 70, habían estructurado la vida política francesa.
El declive de los partidos tradicionales: un aire de déjà vu
Con menos del 2 % de los votos, el Partido Socialista confirma el descenso que en 2017 podría haber parecido meramente coyuntural. Su evolución recuerda ahora a la del Partido Radical a principios de la V República: este partido que había dominado la izquierda fue víctima de la polarización del paisaje político puesta en marcha por De Gaulle y sólo sobrevivió gracias a una importante red de cargos electos, presente principalmente (como la del Partido Socialista hoy) en el suroeste de Francia.
El declive de la derecha tradicional es el otro hecho significativo de estas elecciones, ya que la candidata del partido Los Republicanos (LR) dividió por cuatro la puntuación conseguida hace cinco años por su predecesor. Este resultado amplía el fracaso registrado por LR en las elecciones europeas de 2019 y subraya la estrechez del espacio político que ahora ocupa este partido, encajado entre el centro-derecha macroniano y la extrema derecha populista de Marine Le Pen.
Cambios importantes desde 2017
Por tanto, hay que tener cuidado con ver los resultados de esta primera vuelta como una repetición de las elecciones de 2017. La aparente estabilidad del equilibrio de poder oculta importantes cambios. La derechización del panorama político continúa. Se manifiesta con la irrupción de la nueva derecha identitaria de Eric Zemmour, el reposicionamiento de la oferta política que propone Emmanuel Macron y la débil progresión de Jean-Luc Mélenchon, que no compensa el debilitamiento del Partido Socialista.
El populismo también sigue creciendo, basándose en un discurso que, en cinco años y bajo el efecto de cierto número de movimientos sociales (los chalecos amarillos en particular), se ha radicalizado: la desconexión entre el pueblo y la élite se manifiesta en las urnas más que nunca. Esta progresión del populismo debilita a Emmanuel Macron, cuya posición es menos favorable de lo que puede parecer a primera vista.
Macron ha obtenido resultados comparables a los de algunos de sus predecesores que no fueron reelegidos para un segundo mandato: Valéry Giscard d'Estaing en 1981 (28 % de los votos), Nicolas Sarkozy en 2012 (27 % de los votos). Además, no ha podido captar el deseo de cambio que explicó en gran medida su victoria de hace cinco años.
Así, la campaña entre las dos vueltas electorales pondrá en juego dos proyectos antagónicos, dos visiones de la sociedad, pero también una tensión entre una actitud hostil frente a Macron y el llamamiento al boicot a la extrema derecha que han lanzado la mayoría de los candidatos derrotados en la primera vuelta.
Mathias Bernard, Historien, Université Clermont Auvergne (UCA)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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