Desde que el Ministerio de Consumo anunció su implementación en España, el etiquetado frontal de NutriScore está generando una gran polémica entre los expertos. Este sistema, que puntúa los alimentos con letras y colores, pretende facilitar al consumidor la comprensión del valor nutricional de los productos para que pueda elegir el más adecuado a su dieta.
Aunque cuenta un amplio respaldo científico, diversos nutricionistas critican duramente el NutriScore por premiar y castigar determinados alimentos. Mientras unos cereales azucarados se colocan en la B (equivalente al color verde claro), otros productos típicos españoles como el queso manchego o el jamón serrano reciben la calificación más baja.
El motivo es que el NutriScore solo tiene sentido cuando comparamos productos dentro de la misma categoría: galletas con galletas, lácteos con lácteos o embutidos con embutidos. Esto puede generar confusión en los consumidores, especialmente cuando se trata de alimentos con un bajo grado de procesamiento.
Según la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios), el NutriScore “es útil en productos con varios ingredientes como bollería o platos preparados, pero no en alimentos sin receta como aceite, azúcar, miel o huevos”. En estos casos, la composición nutricional no varía entre las marcas, por lo que no hay posible comparación.
Otro problema se plantea en relación con algunos alimentos congelados como patatas, nuggets o croquetas, los cuales deben freírse antes de ser consumidos. En estos casos, el NutriScore no refleja el aporte final de la elaboración, que puede variar notablemente.
La OCU llevaba años pidiendo un etiquetado que combinara una fácil interpretación con un criterio científico independiente. Aunque se han mostrado a favor del NutriScore, aseguran que todavía puede mejorarse. “Sería más completo si informara de los diferentes nutrientes para poder identificar si el problema está en la grasa, el azúcar o la sal”, afirman.
En la misma postura se encuentra la nutricionista María Jaume, que considera que el reflejo de la calidad nutricional es bastante justo: “El NutriScore no indica el grado de procesamiento de los alimentos, no da información sobre nutrientes, vitaminas o minerales y no especifica qué grasas presentes tiene el alimento, que pueden ser buenas o muy malas”.
Según el Ministerio de Consumo, el objetivo último del nuevo etiquetado es “reducir la obesidad y sobrepeso, así como las enfermedades no transmisibles vinculadas”. Sin embargo, el NutriScore no tiene en cuenta las necesidades nutricionales de los distintos grupos de población, lo que, en palabras de la nutricionista, puede “incitar el consumo de ciertos alimentos no recomendados para algunas personas”.
Aun así, la implementación del NutriScore está teniendo un efecto positivo en la industria, ya que muchas empresas están reformulando sus productos. “Los fabricantes cambian y revisan sus fórmulas para poder posicionarse mejor en NutriScore, quitando grasa, azúcar o sal y mejorando así la composición nutricional”, nos cuentan desde la OCU.
Pero la pregunta es: ¿Puede este sistema llevar a la desaparición de algunos productos? Según la OCU, es muy improbable. “No creemos que el NutriScore perjudique a ningún sector, ya que los productos peor valorados seguirán estando presentes, aunque quizás de forma más esporádica”, afirman.
Aunque el etiquetado frontal es positivo para mejorar la elección de los alimentos, muchos expertos consideran que la adopción de esta medida es algo precipitada. Entre otras cosas, exigen que se mejore el algoritmo que, injustamente, penaliza algunos productos esenciales de la dieta mediterránea.
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