Dice la prensa: “El Índice de Precios de Consumo (IPC) subió un 3% en marzo en relación al mes anterior y elevó de golpe su tasa interanual más de dos puntos, hasta el 9,8%, su valor más alto en 37 años, concretamente desde mayo de 1985”.
Devolviendo un viejo y gran consejo que Ortega y Gasset dio a los argentinos hace más de 80 años, deberíamos decir hoy “españoles, a las cosas”.
Van a escuchar muchas “explicaciones” sobre por qué España está al borde de un nivel de crecimiento del IPC de dos dígitos: que la guerra, que el gas, que el paro de transporte, que… que…
Pero la teoría económica ya zanjó esa discusión con un Premio Nobel a Milton Friedman por su aporte a la teoría monetarista de la inflación: el aluvión de Euros (y dólares y tantas monedas) que puso en marcha el Covid empieza a pasar su factura. Y en España será peor que otros países por la mirada ideológica de la coalición de gobierno y un persistente y creciente déficit fiscal.
Que la inflación no es un mal momentáneo es algo que “nos cae de maduro” para quienes vivimos estos hechos en otros países. Los “remedios” que impulsa el gobierno de Pedro Sánchez serán combustible al fuego: productos y servicios cada vez más caros alternarán con falta de productos en aquellas cadenas de valor más reguladas.
La mala noticia es que la gente (lo hace a través de sus representantes luego de votar) deberá optar entre dos males. Es Frankenstein o es Drácula. Domesticar la inflación llevará varios trimestres y será sólo a costa de una buena caída en el nivel de actividad y un aumento del desempleo. La otra alternativa es empezar a “convivir” con la droga.
La inflación es una droga, sí. Al principio sus efectos hasta sientan bien y nos dan la sensación de que estamos controlando la situación. ¿Un poco más? Es sólo por hoy, porque tal, porque cual… siempre hay una excusa a mano de los gobiernos con pavor de hacer pasar por el síndrome de abstinencia a sus ciudadanos. Nadie gana una elección promoviendo una recesión, es cierto.
Pero la idea de “convivir” con alta inflación es quizás tanto o más peligrosa. Seguro es algo totalmente diferente a lo que los españoles han vivido en las últimas décadas: un país acostumbrado a que € 1.000 puestos en un cajón valgan “casi” lo mismo siempre, tiene que hacer un rápido aprendizaje para entender que ahora tiene € 900 en ese cajón. Y que nunca más volverán a valer 1.000 sino 890, 880 y así sucesiva y… ¿cada vez más rápidamente?
Ayer me decía un amigo español sorprendido: “en los restaurantes han empezado a poner los precios con lápiz”. En Argentina ninguna carta se imprime con precios y sí con espacios para sucesivas pegatinas que irán haciendo subir el valor de cada plato con la premura que lo indique la suba de costos (hoy la materia prima, mañana la energía, pasado los salarios y así).
Si bien la suba de precios en España tiene un buen componente de energía, es mucho más profundo que eso. España ha venido empollando el huevo de la serpiente desde hace rato: ha decidido vivir con déficit fiscal de forma permanente y creciente.
Otro conocido, psicólogo y que trata adicciones, suele increpar a sus grupo de ayuda: ¿por qué no tomamos una raya de cocaína una vez al año, para nuestro cumpleaños, por ejemplo? Clínicamente no pasa nada: si la droga es buena y solo lo hacemos una vez al año, no pasa nada.
El tema es que nunca es una vez al año. Luego de nuestro cumpleaños viene el día que estás contento, el cumpleaños de tu mejor amigo, el día que estás triste… siempre hay un motivo para volver a abrir la bolsa y aspirar. Y eso pasa con la inflación y los gobiernos, créanme.
Llevar a España al equilibrio fiscal, bajar impuestos a la producción y el trabajo, ajustar la agobiante burocracia multiplicada entre gobiernos central, autónomos y ayuntamientos es un trabajo que no trae votos pero que alguien -más temprano que tarde, ojalá- deberá hacer en España. Es tiempo de ir “a las cosas”.