Esta paradoja desafía toda lógica económica. España sigue buscando consolidar su ecosistema tecnológico, mientras que Argentina —con décadas de recesión, inflación crónica y políticas públicas erráticas— ha impulsado compañías como MercadoLibre, Auth0 o Ualá, que hoy ya son referentes globales. ¿Cómo se explica?
La clave es contraintuitiva: la inestabilidad económica argentina se ha transformado en ventaja competitiva. Mientras los emprendedores españoles pueden permitirse el lujo de perfeccionar productos para mercados locales estables, los argentinos no tienen esa opción. La supervivencia exige diseñar productos y modelos de negocio globales desde el primer día. Cuando tu mercado local es volátil e impredecible, la única estrategia viable es la internacionalización inmediata.
Un ejemplo claro es MercadoPago, que no surgió como complemento del e-commerce, sino como respuesta a un sistema bancario en el que nadie confiaba. Con más de la mitad de la población argentina excluida de los servicios financieros tradicionales, crear una solución de pagos digitales fue más una cuestión de necesidad práctica que de innovación. Hoy, esa solución de emergencia procesa más de 2.000 millones de dólares trimestrales y opera en 18 países.
Lo mismo ocurrió con Auth0, que resolvió desde Buenos Aires un desafío universal de ciberseguridad, y con Ualá, que democratizó el acceso a la banca digital en un contexto de trámites interminables y baja inclusión bancaria.
También existe un factor importante que ha potenciado el éxito de los unicornios argentinos, y que es menos visible: el capital relacional argentino. La crisis económica recurrente ha generado oleadas migratorias de talento altamente cualificado hacia los grandes hubs tecnológicos, y esa diáspora no ha debilitado el ecosistema: lo ha fortalecido. Marcos Galperin (MercadoLibre) estudió en Stanford, Eugenio Pace (Auth0) trabajó en Microsoft, Pierpaolo Barbieri (Ualá) fue analista en JPMorgan. Esta diáspora ha construido puentes sistemáticos con los grandes hubs globales. Además, existe una cultura de vínculos eternos que trascienden tiempo, distancia y crisis. Unos lazos que hacen circular información, oportunidades y capital.
Los datos son elocuentes: los unicornios argentinos tardaron en promedio 7,2 años en alcanzar valoraciones de mil millones, frente a los 9,1 en España. El 85% obtiene más del 70% de sus ingresos de mercados externos, mientras que en España esa cifra solo llega al 45%. Además, las startups argentinas atraen un 40% más de capital internacional en rondas Serie A que las españolas.
El éxito abre camino a muchos más
Argentina ha consolidado algo que en España está comenzando a pasar: convertir cada caso de éxito en un semillero de spin-offs. MercadoLibre no creó solo una empresa, habilitó un ecosistema completo. De allí surgieron spin-offs como Ualá, Tiendanube o Satellogic. Por su parte, Endeavor Argentina se convirtió en catalizador fundamental de esa dinámica: el 73% de los unicornios argentinos cuentan con inversores que ya habían fundado o liderado otro unicornio local.
España está en una posición ideal para aplicar los aprendizajes que dejan estas experiencias: activar de manera sistemática su diáspora talentosa con programas de conexión global, crear más hubs sectoriales especializados en sectores estratégicos, reformar la educación tecnológica desde etapas tempranas y asumir un rol del Estado más como arquitecto estratégico del ecosistema que como mero financiador.
Lo paradójico es que España ya dispone de ventajas que Argentina difícilmente tendrá en el corto plazo: estabilidad política y económica, infraestructura moderna, acceso directo al mercado europeo, un sistema educativo consolidado, capital disponible y un marco regulatorio predecible. Lo que falta no son recursos, sino un sentido de urgencia creativa y una ambición más coordinada.
El momento decisivo
La experiencia argentina muestra que la necesidad puede ser el combustible más potente de la innovación. España no necesita imitar ese modelo, pero sí puede adoptar algunos principios clave: pensar global desde el inicio, fomentar redes de confianza duraderas, crear efectos multiplicadores y construir un círculo virtuoso donde cada éxito sea el germen de diez más.
La pregunta no es si España tiene la capacidad de generar unicornios globales. La verdadera cuestión es si queremos hacer lo necesario para que ocurra con más frecuencia y más rápidamente.