El documento “Salud Mental y Bienestar Digital. Aristas para pensar cómo impactan los entornos digitales en la salud mental de niños, niñas y adolescentes”, elaborado por el observatorio de investigación de Chicos.net, reúne el testimonio de chicos y chicas de entre 11 y 20 años de distintos países de la región, junto con los aportes de especialistas como la psicóloga Silvina Ferreira dos Santos, la antropóloga Ximena Díaz Alarcón y el psiquiatra Federico Pavlovsky. A estas miradas se suma la de Andrea Urbas, psicóloga y directora de Chicos.net, quien analiza cómo los algoritmos, los ideales de perfección, la exposición constante y la desinformación impactan en la salud emocional de los más jóvenes.
La mayoría de las declaraciones de los adolescentes plantean la desconexión como una responsabilidad individual: “Vemos un video y otro y otro. Muchas veces son interesantes pero te atrapan”, dice Tatiana, de 17 años, desde Honduras, y Olivia, de Argentina, admite: “Me hace sentir mal la cantidad de tiempo que paso acá”. Pero lo que muchas veces no logran identificar es que las plataformas están diseñadas justamente para hacer muy difícil esa tarea.
“La autorregulación falla. Las plataformas están armadas para que vos falles como individuo. Tenés a los mejores expertos en neurociencia trabajando para que no puedas parar de scrollear”, alerta Pavlovsky, médico psiquiatra especializado en conductas adictivas.
“En las redes sociales, chicos y chicas consumen principalmente lo que sugiere el algoritmo. Ya no siguen perfiles por decisión propia, sino que reciben contenido de forma pasiva. Ésto limita su capacidad de explorar intereses genuinos y reduce su participación activa”, agrega Ximena Díaz Alarcón.
En este sentido, el informe advierte que las plataformas digitales, aunque puedan facilitar la expresión, el acceso a contenidos y a recursos a los que tienen derecho a acceder, muchas veces propician experiencias que pueden afectar la autoestima, la motivación y la percepción del cuerpo. La exposición constante a imágenes aspiracionales, el sistema de validación a través de likes y el acceso a contenidos problemáticos configuran un ecosistema que es necesario transitar con el acompañamiento y las herramientas adecuadas.
“Esta hiperexposición genera ansiedad, ya que los entornos digitales funcionan de manera acelerada y compulsiva, dejando un remanente excitatorio en el organismo que los chicos y chicas no siempre pueden procesar”, explica Silvina Ferreira dos Santos y advierte que esta sobrecarga puede traducirse en cuadros de hiperactividad o ansiedad en la infancia.
En el informe, las especialistas advierten que frases como “Finjamos demencia”, “Soy adicto a la dopamina” o “No me alcanza la batería social” se volvieron moneda corriente entre adolescentes. Detrás de ese lenguaje coloquial se manifiestan señales de malestar que deben ser atendidas. La frase ‘Todo me da paj*’ se ha vuelto una constante en las nuevas generaciones, que incluso perciben tareas simples como un esfuerzo innecesario. Hay una combinación de apatía y miedo al fracaso que frena la acción: ‘Quiero esto… ¿pero tengo que hacer todo esto? ¿Y si me va mal?’. Un combo que revela cómo la saturación digital, la exigencia de estar siempre disponibles y el temor al error están afectando la motivación y el bienestar emocional de chicos y chicas.
Otro de los apartados del documento pone el foco en el consumo de pornografía en edades tempranas. Lejos de ser un tema marginal, el acceso fácil a este tipo de contenidos en Internet está moldeando los vínculos, la sexualidad y la autopercepción de miles de jóvenes. Según el informe “(Des)información sexual: pornografía y adolescencia”, hecho por Save the Children España (2020),, el 94% de los adolescentes que consumen porno lo hacen desde el celular y más del 50% lo toman como referencia para su vida sexual. “El tema del porno no está en la agenda, es un tema del que no se habla; pero todos los chicos miran”, remarca Pavlovsky.
¿Y entonces, cómo acompañar? Desde Chicos.net insisten en que la solución no pasa solo por limitar el tiempo de pantalla, sino por generar condiciones que promuevan la reflexión y la mirada crítica sobre el mundo digital, y en cómo nos relacionamos en ese entorno, de manera de aprovechar las amplias posibilidades y minimizar los riesgos y efectos negativos en el bienestar emocional.
Algunas de las recomendaciones clave que se desprenden del informe son:
-Generar espacios de descanso, juego, creatividad y encuentro con otros, que compensen el consumo digital constante.
-Fomentar la curiosidad: alentar a chicos y chicas a explorar el mundo digital desde el aprendizaje, la expresión y la creación, y no solo desde el consumo pasivo.
-Promover la conversación cotidiana sobre lo que ven, sienten y piensan del uso de las redes y del que hacen los demás. Escuchar sin juzgar, comprender cómo interactúan y crear confianza es clave.
-Establecer momentos de desconexión activa, planificados y consensuados, que funcionen como “pausas” que permitan “conectar” con otras habilidades o espacios.
-Impulsar una mirada crítica y colectiva sobre los contenidos y formas de uso.
-Asumir el bienestar digital como una responsabilidad compartida: familias que fomenten el diálogo y la desconexión activa; escuelas que promuevan la ciudadanía digital y el pensamiento crítico; profesionales de la salud que incluyan lo digital en sus evaluaciones; plataformas tecnológicas que diseñen entornos seguros y no adictivos, con foco en el bienestar de la infancia; Estados que impulsen regulación y políticas públicas de protección y alfabetización digital; y una sociedad civil que acompañe con herramientas y acciones para transformar el entorno digital en un espacio más cuidado y saludable.
“Una relación saludable con la tecnología implica que el dispositivo no invada todos los espacios de la vida, sino que los complemente. Que podamos pausar, elegir cuándo conectar y cuándo desconectar. Y sobre todo, que seamos nosotros quienes usemos la tecnología, y no al revés”, concluye Andrea Urbas, desde Chicos.net.