Históricamente el circuito musical en Barcelona ha estado desatendido y no ha gozado de la simpatía del público ni mucho menos de los gobiernos, con impedimentos constantes que han dejado en peligro de extinción a los locales que programaban música en vivo. Era curioso observar que una ciudad con casi dos millones de habitantes tuviera, a proporción, tan pocas salas de conciertos. Ni la música en vivo estaba bien situada en la lista de preferencias de ocio, ni lograba que las instituciones dejaran de catalogarla como un estorbo. Sólo había ojos para los grandes conciertos de estrellas mundiales que servían para vender una falsa imagen de Barcelona al mundo. La pandemia ha sido la estocada final en esta ciudad que, en una cruel contradicción, sí destaca por la calidad de sus músicos y sus escuelas de música
El mítico Bar Jazz Si Club fundado en 1992 y ubicado en el barrio del Raval de Barcelona, ha creado una cuenta de microfinanciación para recaudar los fondos necesarios y evitar así su cierre por las pérdidas económicas derivadas de la pandemia.
"Pedimos colaboración para poder seguir adelante con la cultura y ayudarnos a continuar promoviendo la música en vivo", es la llamada que realiza su propietario Joaquín Marín Spinelli en la campaña que ha impulsado dentro de la plataforma GoFundMe.
El Jazz Si es un local emblemático y promotor de músicos emergentes, jóvenes promesas y otros ya conocidos de la escena musical barcelonesa. Próximo a cumplir los 30 años, este local ha programado alrededor de 340 conciertos por año, y en su historia ha acogido a más de 1.000 músicos.
En diciembre de 2020 la Sala Apolo de Barcelona realizó un concierto muy esperado e innovador. Un total de 500 personas asistieron al evento tras haber sido sometidos horas antes a un test de antígenos (saliva) y PCR, para identificar posibles casos positivos de COVID-19, mientras que otras 500 personas (que no fueron al concierto) también se sometieron voluntariamente a estos test para actuar como grupo de control. Ninguno de los 1.000 participantes en el estudio clínico de cribaje realizado en el concierto contrajo la COVID-19. “El resultado es contundente y tranquilizador para el sector”, coincidieron en destacar los doctores Josep Maria Llibre y Boris Revollo, investigadores del Hospital Germans Trias i Pujol y principales autores del estudio, en el que también participó la Fundación Lucha contra el Sida y el Primavera Sound.
La sala Jamboree ha seguido programando conciertos por amor al arte cuando las restricciones lo han permitido con un personal mínimo, su propietario Joan Mas y los dos hijos de este, con unos shows que les servían sólo para cubrir la desinfección del local.
Otras salas emblemáticas de la Ciudad Condal como Luz de Gas y Razz Matazz advierten que los fondos buitre están al acecho para hacer su particular agosto. Reivindican que estas corporaciones carecen de “sensibilidad musical” y que su único interés es comprar a bajo precio y llenar los locales de “turistas y alcohol barato”, lo que supondría el fin de la cultura en la capital catalana.
Los negocios de música en vivo buscan su flotador (el caso del mítico Bar Jazz Si Club y otros)
(Por Bruno Alonso) Las continuas restricciones para detener la expansión del coronavirus han castigado con dureza al sector de la música en vivo, que trata de agudizar el ingenio y encontrar salvavidas para reflotar el negocio y no apagar definitivamente sus altavoces.