En este tablero estratégico, el sistema alimentario es una pieza clave, pues condiciona la supervivencia. Por eso, requiere una atención especial.
Un sistema alimentario insostenible
La guerra de Ucrania ha sido la gota que ha colmado el vaso de la tormenta perfecta, unida a la pandemia, la subida de precios de la energía y las agitaciones sociales consecuentes.
En los últimos años el sistema alimentario del primer mundo se ha basado en el libre comercio y la disposición ilimitada de recursos naturales. Se encontraba en un limbo de abundancia, desperdicio y mal uso de recursos, aunque el fantasma del hambre siga azotando a más de 800 millones de personas.
Los cambios necesarios para hacerlo más sostenible conllevan ganadores y perdedores, según el producto o servicio y su capacidad de adaptación. La alimentación, como sector estratégico, necesita una sensibilidad especial en cuanto a garantía de abastecimiento continuo, como es el caso de los cereales, oleaginosas, productos cárnicos y lácteos, entre otros.
El planteamiento de productividad vs. sostenibilidad está en la agenda político-económica. Hay presiones para cambiar el modelo agrario productivista reduciendo abonos, plaguicidas, impacto medioambiental y costes energéticos. Pero en este momento se considera que deben esperar. Compatibilizar ambas posiciones es el reto a abordar.
El desajuste de los indicadores económicos, con una inflación disparada, problemas de abastecimiento e inseguridad en las relaciones comerciales internacionales plantean reajustes necesarios, algunos de los cuales ya venían de antes.
Los cambios en los mercados exteriores –como el abastecimiento de productos básicos como cereales, girasol, fertilizantes, energía– se unen a la desconfianza en el sistema, con grupos sociales emergentes reivindicativos en toda la cadena alimentaria, desde agricultores y ganaderos, a transportistas, industriales y distribuidores.
La cadena alimentaria bajo la tormenta
La guerra de Ucrania, la pandemia, el volcán de La Palma, la climatología adversa, el desabastecimiento de materias primas, la escalada de precios y los costes de energía están provocando tensiones sociales donde surgen grupos afectados, con huelgas y manifestaciones.
Se buscan las causas y posibles soluciones en un escenario complejo y heterogéneo con un futuro impredecible. Las lecciones aprendidas nos llevan a buscar soluciones con audacia y prudencia. El sector alimentario es uno de los más sensibles, junto a la energía y la salud.
Hay una serie de interrogantes sobre qué, quién, cómo y cuándo actuar para capear la tormenta:
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Qué: Implica identificar los sectores más vulnerables y el impacto en las distintas clases sociales.
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Quién: Responde a los actores que deben involucrarse por su responsabilidad y capacidad de actuar, tanto públicos como privados. Siguiendo las pautas dadas en problemas de seguridad sanitaria alimentaria, los podríamos agrupar en tres grandes grupos: los expertos que identifican el problema y hacen propuestas para su posible solución, los políticos y funcionarios con capacidad de gestionar las medidas a tomar, y los comunicadores e informadores, habida cuenta de la proliferación de falsas noticias y la manipulación.
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Cómo: En agroalimentación, la Política Agraria Común debe plantear cambios en varios frentes a distinto nivel. La reserva de 500 millones de euros tiene una cuota de 64 millones para España. Hay que flexibilizar regulaciones como la siembra en barbecho, el almacenamiento privado (como en el porcino) y la entrada de transgénicos. Los objetivos del Pacto Verde están bajo presión en lo concerniente al medio ambiente con la reducción de fertilizantes y plaguicidas.
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Cuándo: Urge dar respuesta en varios escenarios y con distintos horizontes temporales. La teoría de la complejidad aplicada a las relaciones internacionales alcanza aquí su máximo exponente. Se ha creado una inseguridad en el mercado internacional. En consecuencia, se busca la soberanía y, en su caso, el autoabastecimiento en alimentos y energía. De momento, se están buscando nuevos mercados proveedores o receptores.
La crisis afecta a toda la cadena alimentaria, desde empresarios a consumidores. La subida de precios incentiva la compra de alimentos baratos, energéticos, pero menos nutritivos, lo que repercute negativamente en la salud.
Hay que actuar con rapidez, flexibilidad y coherencia. Las medidas a destiempo pierden la eficiencia para la que se habían programado.
Impacto en el comercio y el desarrollo
Rusia y Ucrania tienen un papel significativo en el comercio alimentario y energético. Su cuota es del 53 % en el aceite de girasol y 27 % en el trigo. Rusia es el segundo exportador mundial de petróleo y su posición es significativa en metales y productos químicos, incluyendo los fertilizantes.
El conflicto ha incentivado la escalada de precios en productos básicos (cereales y aceite girasol) afectando especialmente a países en desarrollo (Turquía, China, Egipto e India). Mientras tanto, en los países más ricos, la subida no llega al 1 %, exceptuando Holanda (9 %) y España (6 %).
Debemos prestar atención especial a los ciclos de precios en dichos productos. Las grandes subidas han provocado en el pasado situaciones conflictivas por desabastecimiento y carestía, como las protestas en 2008 y la Primavera Árabe en 2011. Recientemente ha habido protestas violentas en Perú y huelga de transportes en España por la subida de la energía.
El cambio de origen y destino en los flujos comerciales supone también un incremento de costes, por una mayor distancia y subida de fletes. Debemos pasar de abastecernos de Ucrania, en el área mediterránea, a hacerlo de países trasatlánticos como Argentina o EE. UU. Estas turbulencias están incentivando otros canales comerciales, como la conocida ruta de la seda. El comercio ferroviario China-Europa ha pasado del 5 al 8 % en 2021.
Además del incremento de precios, se espera una caída en el desarrollo económico con erosión de la capacidad adquisitiva. Esto presenta un futuro preocupante en el sector alimentario, absolutamente necesario para nuestra subsistencia.
Entre los expertos hay un cierto consenso de que la guerra en Ucrania ofrece la oportunidad de cambiar la mentalidad de la población en aspectos como la seguridad alimentaria de abastecimiento y sanitaria.
Se habían ido olvidando los principios de la Política Agraria Común de lograr una cierta autarquía alimentaria, pues se han impulsado las relaciones exteriores en aras de las ventajas comparativas del comercio internacional. No obstante, los recientes acontecimientos han provocado una cierta desconfianza y están forzando el regreso al antiguo modelo.
Julián Briz Escribano, Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Isabel de Felipe Boente, Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM), and Teresa Briz, Profesora Contratada Doctora. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.