La Academia poco o ningún caso hace a palabras como “heteroflexible”, “lumbersexual”, “arromántico”, “bicurioso”, “amomaxia”, “amiquesis”, “narratofilia” y “quinunolagnia”: suma y sigue. Y no se deja llevar por la riada tumultuosa de estas nuevas creaciones, llenas de prefijos, derivación y parasíntesis.
Hay que testar, comprobar y reposar, todo a su tiempo, o de lo contrario se corre el riesgo de la caducidad terminológica antes de que cuaje este fenómeno tan actual.
El placer de leer faltas de ortografía
Algunos artículos se dedican al análisis de la “anortografofilia”, por ejemplo, citada en los libros Perversiones y Pervertidos, algo así como la consecución de momentos esplendorosos personales, íntimos y únicos a fuerza de leer faltas de ortografías en los mensajes que uno recibe. Natural como la vida misma, en apariencia.
Esta parafilia entra dentro del grupo de “palabros” como “demisexual” –conexión emocional con la otra persona– o sapiosexual –quien se excita con las conversaciones inteligentes y huye del cortejo rutinario y se enciende con mentes audaces–. De ahí al “leñasexual”, un paso: la rudeza atractiva del aspecto leñador, barbudo y ataviado de cuadros en una granja más o menos urbanita pero sí algo bucólica.
El metrosexual está desfasado y ahora se lleva el “spornosexual” y las redes tienen mucho que decir y sobre todo mucho que exhibir: constituyen un espejo de músculos y tabletas sin derretir, fibra esculpida a golpe de crossfit y selfie que colgar de Instagram para escarnio y envidia de propios y extraños.
El culto al ego
Algo que ver tiene todo este fenómeno terminológico con la realidad, con la propia sociedad a la que pertenecemos: el culto al yo, al ego, con una mirada puesta en el otro. El narcisismo y el yoísmo cotizan al alza dentro de un complejo entramado de relaciones sociales y humanas de las que el lenguaje no puede sustraerse.
Sabemos que aquello que no se nombra no existe. Necesitamos una etiqueta para identificar, clasificar y agrupar, y sobre todo para visibilizar. De ahí que toda la batería de sufijos resulten de vital importancia: “sanicentrismo”, por ejemplo, parece querer definir a aquella persona que nos da un toque y así nos centra sin irnos por las ramas y atinar con nuestros comportamientos y acciones, algo importante a la hora de la toma de decisiones tanto en lo personal como en lo profesional.
Inventos publicitarios
Por otro lado, la publicidad, siempre rizando el rizo, entra en bucle en momentos de crisis y, dando rienda suelta al poder de la creatividad, acude a los fenómenos lingüísticos de entrecruzamiento (habría que añadir, invención) y surgen los famosos: “nocillear” o “hamburguelicear”. Lejos queda ya el “postureo” y el “pasilleo”, casi obsoletos. Es la movilidad del idioma, las palabras pasan, pero la realidad permanece o no.
Las palabras cuentan e importan; poseen poder y valor. Expresan sentimientos, plasman emociones, comunican, informan, son espejo de la realidad. Su intencionalidad, a veces, la disimulan y la escamotean, pero siempre constituyen un vínculo social.
Nos podemos preguntar en esta relación de palabra y realidad qué fue primero, si la palabra o la realidad. Ocurre que en muchas ocasiones los ritmos de una y otra van asincopados y resulta difícil que coincidan, sin contar con el trajín que conlleva la aceptación de un nuevo término por la Academia y su incorporación en el Diccionario.
En definitiva, estamos hablando de comunicación lingüística y humana a partir de palabras existentes o de nuevo cuño. El hecho de cometer faltas de ortografía supone una distorsión en el canal que se establece entre emisor y receptor.
En todo este batiburrillo terminológico, excitante o no, sea dislate o ingenioso, se esconden ciertos complejos y actitudes muy personales, y para su validez conviene la existencia de estudios científicos que avalen su autenticidad.
“Palabros” creados a partir de realidades
La lengua es un órgano vivo y en constante mutación; por supuesto que sus usuarios lo saben. Para la difícil y compleja imbricación entre significante y significado se necesita espacio, investigación, una buena dosis de experiencia y la salvaguarda del tesoro que supone el idioma, sin deformaciones que deriven y conduzcan a la incomunicación y al ruido. El idioma es seña de identidad, esencia y base de pertenencia a un grupo y una colectividad social y humana.
Los “palabros” creados a partir de ciertas realidades, de algunas parafilias, quizá se queden en nuestra lengua o quizá la sobrevuelen: son huellas que configuran caminos idiomáticos, líneas de investigación para seguir avanzando y aprendiendo. Todo un itinerario.
María Pilar Úcar Ventura, Profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Departamento de Traducción e Interpretación y Comunicación Multilingüe, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.