Los Tipitos abrieron la segunda noche con esa mezcla de nostalgia radial y carisma de fogón eléctrico. Sonaron ajustados, fieles a su estilo, sin mayores sorpresas pero con solvencia. Luego, Estelares tomó el escenario con un Moretti canoso pero vigente, llevando en la voz canciones que parecen haber envejecido junto a su público. Viejos clásicos convivieron con material nuevo —uno, confesó, compuesto apenas diez días antes—, con una banda que sonó más pesada, con baterías e instrumentos que a veces taparon la voz, pero nunca el mensaje.
El campo empezó a latir, y 2 Minutos prendió fuego lo que quedaba de calma. Punk directo, ruido que libera, y un pequeño ejército de feligreses que saltaron como si no hubiera mañana, mientras el resto —ya más allá de los 50 o con nietos en brazos— resistía con orejas achinadas y cuerpos algo menos flexibles, pero con el alma entregada.
Pero todo fue antesala del fenómeno:
Los Fabulosos Cadillacs.
El horario cumplido, las luces encendidas, y la masa apretada de cuerpos sabían que lo que venía no era cualquier show.
Era el reencuentro con una banda que nunca se fue.
Vicentico, Flavio, Rotman, y los hijos que hoy son parte del legado (Florián y Astor), salieron con una energía que desmintió el paso del tiempo. “Mal Bicho”, “El Satánico Dr. Cadillac”, “Siguiendo la Luna”... los hits fueron puñaladas dulces. No hubo show complaciente: hubo entrega.
Los Cadillacs están intactos. Musical y emocionalmente.
En el aire se sentía más que música: una red invisible de abrazos, memorias, migraciones y festejo. Argentinos que volvieron a casa sin moverse de Cataluña. Europeos que vibraron con canciones en otra lengua.
Un estadio sin fronteras.
La música lo dijo todo.
Y el público respondió con aplausos, baile y una certeza que se repetía en murmullos: